Intolerancia y libertad de expresión

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Por Jesús M. Guerrero

Todos estamos consternados por los horrendos asesinatos que segaron las vidas de los comunicadores Luis Manuel Medina y Leónidas Martínez; algo horrendo. Sin ningún tipo de temor ultimaron a Luis Manuel Medina mientras estaba transmitiendo en su espacio radial.

Aún seguimos especulando las razones y la conjetura a la que una gran parte de ciudadanos se circunscriben es que producto de una denuncia realizada por estos mártires de la comunicación, fueron baleados sin titubeos por un asesino que no posee las mínimas condiciones que son inherentes para formar parte de la raza humana.

Es conocido por sus compueblanos que estos dos hombres en vida fueron dirigentes comunitarios comprometidos con su provincia sin importar nada, hojas de vidas transparentes sin exhibir conductas erróneas ni nada por el estilo. Es preocupante la posibilidad de que individuos al entender que sus intereses fueron afectados por revelaciones hechas por los fallecidos respondieron enviando un escuadrón de la muerte.

De ser cierto que el móvil fue por intransigencia ante las informaciones dadas por los hoy occisos de tan preocupante hecho, toda la clase periodística debe hacerse eco y demandar justicia por los colegas caídos.

La libertad de expresión es un derecho fundamental que nos asigna la Ley Sustantiva y que nuestro cuerpo de leyes establece mecanismos jurídicos para responder ante cualquier infamia que se le impute a un ciudadano, la famosa querella por difamación e injuria. Este macabro suceso es un reflejo del proceso de descomposición social que lamentablemente atraviesa la sociedad dominicana.

Además amparado por Tratados sobre derechos humanos ratificados por el país, específicamente la Convención Americana sobre Derechos Humanos Pacto de San José; y en la esfera global, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, razón por la cual dicha libertad, que también es derecho, forma parte del bloque de la constitucionalidad.

Una sociedad no puede avanzar eligiendo el salvajismo antes que el dialogo, actuar como desalmados y no como personas pensantes. Simplemente la muerte de estos profesionales de la comunicación, hijos, padres, hermanos y ciudadanos ejemplares es prueba de que como sociedad vamos por mal camino.

No estamos seguros en las calles ni en nuestros hogares y tampoco en nuestros lugares de trabajo; para resumir, la delincuencia se está apoderando del país. Bajo ningún concepto podemos permitir que la intolerancia amordace las voces responsables con violencia.

Una actitud retrógrada y terrorista que no debe esperar ni un minuto para tener respuesta de parte de las autoridades, este tipo de acciones delictivas deberían ser cosas de un pasado oscuro. Desde el vil asesinato de Gregorio García Castro (Goyito), hasta esta versión criolla de la masacre de San Valentín; la intolerancia continúa arrebatando periodistas al país.

Sin embargo, quienes han perpetrado estos crímenes no comprenden lo que no pudieron intuir las manos que asesinaron a Luis Carlos Galán en Colombia. Cuando quien a la sazón era candidato presidencial del hermano país, pronunciará su frase lapidaria: “A los hombres se les puede eliminar, pero a las ideas no; y al contrario, a veces cuando se elimina a los hombres, se robustecen sus ideas.”

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