Herencia caudillista
Desde el año 1962 se retomó el ejercicio democrático en el país, sin embargo; la regla de quienes ostentan residencia en el Palacio Nacional ha sido la de perpetuarse en el poder sin ningún miramiento ni respeto a los aspectos constitucionales. Una Ley Sustantiva que sea modificada únicamente por intereses políticos y no para asegurar las garantías constitucionales que establece la concepción jurídica del Estado social y democrático, es imposible exhibir instituciones fuertes.
En un país de crisis institucional, donde solo se ha institucionalizado el caudillismo. No es una paradoja, es un asunto de acción y reacción. La institucionalización de las prácticas caudillistas impide el avance democrático e institucional de esta media isla.
El caudillismo no es una ideología ni doctrina política, social, ni económica sino una mentalidad y un método de gobierno que resumieron al despotismo tradicional de sus formas instruidas; no solo para mantenerse en el poder sino para convertir al país en la propiedad privada de quien ostenta el poder.
Quienes buscan perpetuarse en el mando por medio de este método, los tipifica y caracteriza su autoconcepción mesiánica. Ha sido enviado, elegido y por tanto; está por encima de todos, por tal razón se impone sobre todos los demás. Despóticamente, si es tradicional o se esconde detrás de la fachada democrática, esa es su esencia ideológica, el principio fundamental de su pensamiento y conducta.
En el pasado los caudillos simplemente sabían alzarse o aferrarse al poder, por medio de revueltas armadas. Hoy en día; los resortes del poder son escalados con ayuda del clientelismo y la perpetuación presidencial que se persigue con las tristemente célebres modificaciones constitucionales.
Su mantra es bastante claro, en el duelo político no hay amigos ni enemigos, su moral es dúctil, elástica. Adoptan las decisiones que mejor les convengan a sus intereses en juego y poco importa el juicio de terceros. Su objetivo es ganar, el fin justifica los medios y su ideal se consolida en la siguiente frase: “Lo importante cuando se va una guerra no es hacer lo correcto, es ganar.” Hasta desde ciertos aspectos lógicos, estas actitudes despóticas son justificadas. Los hombres, todavía el civilizado no se sustrae al íntimo deseo de asimilarse a un dios omnipotente, omnisciente y omnipresente que le provoca el poder.
En la actualidad sufrimos la herencia de los ejercicios “políticos” del pasado, que no eran más que la explotación manipuladora y maniobrera de lo peor de las características del pensamiento popular que desparramó históricamente el despotismo instruido, mencionado con anterioridad; es la distorsión de la ciencia política como mecanismo para la obtención de transformaciones sociales.
La Carta Magna no puede continuar siendo un simple pedazo de papel. En un periodo de 5 años, la Constitución ha sido sometida a dos procesos de modificación y actualmente se discute la posibilidad de otra reforma. La del año 2010 introdujo mejorías institucionales, pero su trasfondo no fue más que la reelección presidencial con un mandato intercalado y la del año 2015 fue únicamente con el único objetivo de habilitar la reelección consecutiva.
La alternabilidad política, luce como la salida más propicia para adecentar el quehacer político en el país y romper con la mentalidad y métodos caudillistas.
Creo prudente concluir con la siguiente frase de John Stuart Mill, cito: “Una constitución democrática que no se apoye sobre instituciones democráticas en sus detalles, sino que se limite al gobierno central, no sólo no es libertad política, sino que con frecuencia crea un espíritu que es precisamente el opuesto, llevando hasta las capas más bajas de la sociedad el deseo y la ambición de dominio político.”
Por; Jesús M. Guerrero