¿Trujillismo 2.0?

J M Guerrero
J M Guerrero

Por; Jesús M. Guerrero

La figura histórica de Rafael Leónidas Trujillo Molina es ampliamente conocida, proclamado Benefactor de la Patria, Generalísimo y conocido como el jefe por el pueblo. Dirigió los destinos de la nación durante 31 años, luego de propinar un golpe político certero al gobierno encabezado por quien lo posicionara en la cúspide militar, Horacio Vásquez.

Hace 56 años, el miedo de los dominicanos fue lanzado en el baúl de un vehículo. Pero, nunca se llevó a cabo la remoción de su ideología, sus desmanes propios del poder desmedido y el egocentrismo del caudillo que se impuso ante todos los demás, solo hay que observar el horrífico destino de Desiderio Arias y muchos más. El hombre fuerte desde 1930 a 1961 manejo el país a su antojo y como una empresa privada.

Lo que toma por sorpresa es el anuncio de su nieto, Ramfis Domínguez Trujillo hijo de Angelita Trujillo y Luis José Domínguez Rodríguez; el nieto del Generalísimo se estableció como tendencia inmediatamente. El debate se ha basado en la posibilidad o no de que pudiese optar por la primera magistratura de la nación, por su doble nacionalidad y por su vínculo de consanguinidad con el tirano; sin embargo, lo que asombra son las manifestaciones de apoyo y aceptación, ya que el rechazo era evidente.

Pero todo aspirante a la presidencia con capacidad para competir realmente, debe generar opinión pública, reacciones de la sociedad y eso lo ha logrado Ramfis Trujillo Domínguez. La controversia por oficializar sus pretensiones de escalar los resortes del poder de esta media isla, reabre heridas de un pasado tubular y doloroso para muchos que con valor estoico adversaron al patriarca de la familia Trujillo.

Nadie es culpable de los pecados de sus antepasados, pero, cuando hay tanto daño causado es difícil no señalar a los descendientes.

Esta controversial pre-candidatura, deja al descubierto que el trujillismo sigue vigente en ciertos extractos de la sociedad y que aún hay simpatizantes pero son una minoría desfasada en cierta forma. Lo preocupante es observar jóvenes que han manifestado su interés por depositar un voto de confianza en este hombre que podría ser el candidato antisistema que han logrado la conquista del poder político en otros países.

Ese fenómeno social ha surgido por la desconexión de los partidos políticos con la sociedad actual, el descontento que existe en la clase media y baja. Quienes ignoran la democracia porque han vivido 30 años de dictadura, aprovechan su libertad para matarla al nacer. Es conocido lo sucedido con el primer gobierno elegido democráticamente después de decapitado el régimen; fue castrado el proceso de democratización del país y luego devino en la epopeya histórica de abril.

Hoy estamos ante un sistema de partidos políticos colapsado, un oficialismo que ha institucionalizado el clientelismo como principal oferta electoral, una oposición dispersa e incapaz de ceder ante la unidad; la degradación social es evidente y el estado de desasosiego cada día es peor, la poca credibilidad del liderazgo político y la incapacidad de conectar de los que a duras penas han encabezado el relevo, claro está existen honrosas excepciones en la nueva camada y un centenar más de problemas que achacan la nación; estos son los ríos revueltos que aprovechan las candidaturas antisistema.

Hace días leí una frase en el libro 1963: De la guerra mediática al golpe de Estado autoría de Eliades Acosta Matos, del periodista Guillermo Martínez Márquez, cito: “Regresar a la democracia siempre es más difícil que abandonarla. Para abandonarla, basta un dictador; para regresar a ella hace falta nada menos que un estadista.”

No es cosa del otro mundo que descendientes de dictadores aspiren a cargos electivos. En Panamá podemos ver al expresidente Martin Torrijos hijo de Omar Torrijos, también en Panamá se puede observar la vida política de la hija de Noriega, Sandra Noriega. Como también en Colombia, el caso de María Eugenia Rojas Correa, hija del dictador Gustavo Rojas Pinilla, fue candidata presidencial en 1974 y existen muchos casos más.

Ramfis Trujillo Domínguez no debe ser condenado por su linaje, la culpabilidad no se transmite en el ADN. No obstante, debe demostrar su capacidad política porque tampoco se traspasa por el parentesco. Un apellido no puede ni debe ser un impedimento político ni coartador de derechos, de ser así muchos más deberían ser excluidos del quehacer proselitista. Lo que debe causar preocupación es que este anuncio ha causado tanta polémica, como si fuese un proyecto presidencial de envergadura considerable.

La pregunta obligada, ¿podrá este hombre ser quien capitalice el colapso institucional y subir por las escalinatas del Palacio Nacional o será uno de los tantos que solo participa en los comicios para tener el mote de excandidato presidencial?

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