A Pleno Sol: Poder popular

La democracia dominicana es excluyente. Sus beneficios y sus atenciones, se quedan entre los que están en la parte estrecha de la pirámide. Los demás sirven de soporte, de poner los hombros para que los otros suban. Se elimina a los que de por sí, carecen de dinero y un poder relativo.

Los partidos están ahora mismo dando a conocer su sistema de excluir a sus propios militantes que sólo tienen la ropa puesta y deseos de arrimarse al pastel. Para aspirar a un simple cargo de regidor de aldea, se tiene que disponer de por lo menos cuatro salarios mínimos. Así una expresión popular no se puede conseguir en una boleta.

Con el sistema electoral seccionado por jurisdicción,  que salga una voz de los barrios marginados es un casi imposible, por lo menos contando únicamente con el trabajo honrado, serio, responsable y el apoyo comunitario.

Solo puede salir electo un pobretón en un barrio si es apoyado con dinero y empuje por la cúpula de un partido, o si tiene algún ricachón que le de el financiamiento de la campaña. Si no es así, el único camino es de qué sirva de apoyo a un amigo, haciéndole los encuentros comunitarios.

La ley electoral también permite una maniobra engañosa, y que debería ser sancionada por los reglamentos. Un político de vivienda en zona residencial quiere aspirar y alquila una casa en la Cañada de Guajimía y cambia su registro residencial, para de esa forma tener derecho a  votar y ser elegido regidor o diputado por la zona de Herrera. Una especie de fraude electoral legalizado.

La única esperanza de que llegue una voz al Congreso o a los ayuntamientos, es con el surgimiento de grupos comunitarios, ajenos a los partidos políticos. Hay que crear de la nada esos grupos y hacerlos fuertes, como una expresión popular comunitaria. Ahora mismo no existe una única organización comunitaria-popular con capacidad logística de ir a unas elecciones, y mucho menos de conseguir votos para un regidor.

Hay grupos populares que hacen huelgas y protestas y son fuertes en determinados pueblos, pero se quedan en la simple agitación y en la práctica no tienen estructura, organización, disciplina y objetivos más allá de quemar gomas y lanzar piedras.

Muchos de estos grupos en ocasiones tremendistas y díscolos, y en otras defensores acérrimos de sus comunidades, pueden llevar a diputados al Congreso y regidores a los Ayuntamientos, y hasta ganar una sindicatura de campo, pero tienen que trabajar para ello en una campaña de reorganización y fortalecimiento de sus estructuras.

Lo real al día de hoy, es que el poder comunitario hay que fortalecerlo, porque en él puede estar la salvación de la expresión popular, que pueda lanzar su voz, sin miedo a que sea ahogada  la libre expresión del pensamiento en la calle, no por el palo de un policía abusador, sino por el manojo de billetes de un  mercader de ilusiones baratas.

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