La diálisis en la Siria asediada, necesidad convertida en lujo

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DUMA, Siria | AFP | Cerca de Damasco, en un centro médico instalado en el sótano de un edificio de una ciudad asediada se escuchan quejidos. Dania, de 14 años, se retuerce de dolor en su primera sesión de diálisis.

Forma parte de las decenas de pacientes sometidos a tratamiento por insuficiencia renal en este edificio convertido en clínica. Se encuentra en Duma, la localidad más grande de la región de la Ghuta Oriental y feudo de los rebeldes en Siria.

“Está bien que haya venido hoy porque nunca he visto en mi vida unos resultados tan malos”, explica el nefrólogo Mohamad Sadeq a la madre de Dania.

La adolescente necesita varias sesiones semanales de diálisis.

Para los habitantes de Duma, asediada por las fuerzas gubernamentales desde 2012 y sin ayuda humanitaria desde octubre, esta enfermedad puede ser mortal por falta de medios. En 2016 murieron tres y otros tantos en febrero pasado.

“Por la falta de abastecimiento, nuestros pacientes tienen acceso a menos sesiones”, explica Mohamad Sadeq, al frente del único centro capaz de ofrecer este tratamiento a los millones de habitantes de la Ghuta Oriental.

“Cada paciente tenía derecho a tres sesiones por semana. Y las redujimos a una y ahora por penuria no ofrecemos más que una sesión cada diez días”, lamenta. “Podríamos salvar vidas si tuviéramos material suficiente”.

– ‘Descanse en paz’ –

Cada diálisis necesita agujas, membranas y un sérum desinfectante especial. Además los enfermos deben someterse a sesiones de vitaminas, hormonas y medicamentos para la presión arterial.

Al comienzo del asedio en 2012, el centro contaba exclusivamente con las entregas regulares de la ONU y del Comité Internacional de la Cruz Roja.

Pero cesaron en octubre de 2016, cuando las fuerzas gubernamentales reforzaron el cerco. Desde entonces el centro sólo recibió un envío, el 9 de marzo, para “250 sesiones de diálisis” de la Media Luna Roja, una cantidad con la que aguantará un mes.

“Si Dania hubiera venido tres días antes, no habría podido hacer nada por ella. El último envío salvó la vida de esta niña”, asegura el médico.

Los pacientes sufren. Jayriyah, de 58 años, mira fijamente al médico cuando éste le anuncia que la próxima sesión será dentro de una semana. Le cuesta creérselo.

“Con lo cansada que estoy”, le dice.

“No puedo proponerle nada mejor”, contesta él.

“Pues si no me ve dentro de una semana, no se olvide de decir ‘dencanse en paz'”, replica ella con malicia.

– ‘El centro o la tumba’ –

Mona, de 30 años, viene regularmente al centro pero ahora está muy preocupada.

“Si mañana no hay una entrega, no sé qué voy a hacer. Las dosis que tomamos son tan bajas que difícilmente me tengo en pie”, declara a la AFP.

A causa del asedio, las hormonas y demás medicamentos que debía tomar entre las sesiones son muy difíciles de encontrar o demasiado caros.

En Siria, cientos de miles de personas están completamente cercadas y millones de otras viven en regiones consideradas por la ONU como “de difícil acceso”.

La mayoría de estos lugares están sitiados por el régimen y sus aliados, pero los rebeldes y los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) también recurren al asedio.

Mohamad, de 47 años, padece insuficiencia renal desde hace cinco años y vive con la angustia de no tener acceso a la diálisis o de carecer de medicamentos.

Para este padre de cinco hijos “estos suministros son nuestra alma porque sin ellos no podemos vivir”.

El centro de Duma es la única esperanza de estos enfermos.

Walid al Shamaa, de 65 años, explica que su riñón se ha deteriorado por una presión arterial alta provocada por el estrés de seis años de guerra.

“Desde el comienzo de la revuelta, nuestras vidas están conectadas completamente a esta máquina. Si la diálisis se para, nuestras vidas también”, afirma señalando con el dedo el aparato que limpia su sangre.

“No nos queda nada más que esto. Es el centro o la tumba”.

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