Estragos del hambre

Manuel Hernández Villeta
Manuel Hernández Villeta

 Por Manuel Hernández Villeta

Tengo miedo de los estragos que ocasiona la inflación y el agiotismo al aumentar los precios de los artículos de primera necesidad, sea la comida o la medicina. Miedo a la ferocidad de las masas que hambreadas se lanzan a las calles en busca de una rebanada de pan, como pasó en la revolución  francesa.

Las luchas más feroces que recuerda la humanidad tuvieron su inicio en la falta de alimentos y esa desigual distribución de las riquezas. Imperios han caído por llevar los ricos manjares sólo  mientras la mayoría muere de hambre.

Lo confieso, me da grima pensar en cuál va a ser el destino de miles de dominicanos que están alejados de los medios de producción y por consiguiente no tienen su comida segura, y aquellos que trabajan , no la pueden adquirir por los precios altos que tienen.

El alto costo de la vida es una espoleta social  que puede ser explosionada por cualquier agitador de mente calenturienta. Los hombres se juegan la vida por un amor o por la comida. Detrás de las grandes guerras se abrió la particularidad de los intereses económicos, para los banqueros, y dela comida, para los aldeanos.

Los últimos cálculos del Banco Central destacan que la inflación está creciendo en el país, que aumenta la prima del dólar, que la canasta familiar está a nivel de un salario de clase media, y duplica el monto del sueldo mínimo. Estamos montados en el lomo de un tigre, y no sabemos cómo pisar tierra.

Hay que desmontar los precios altos a los comestibles. Es un proceso inflacionista artificial, orquestado por comerciantes inescrupulosos. Los reajustes desfavorables a la mayoría son intolerables, y les corresponde a las autoridades tomar las medidas de rigor, para controlar esta situación.

Ningún hombre o mujer de salario mínimo puede llevar una vida decente. Hay que establecer medidas de protección para la educación, los servicios hospitalarios,  y el plato del día. Hay que impulsar  la familia dominicana, que hace esfuerzos por mejorar su nivel de vida, cuando la realidad le ahoga.

Los comerciantes, industriales y hombres de dinero tienen que hacer un alto y meditar sobre el abandono en que viven millones de dominicanos. La riqueza lejos de la salvaguarda social, no pasa de ser dinero manchado por la especulación. Desde el gobierno hay que vigilar la calidad y precios de los alimentos, darle esperanzas al pueblo sobre su mejor nivel de vida y aunque sea con hambre mantener encendida la llama de la esperanza. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

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