El sorprendente nuevo símbolo de estatus de los más ricos

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Sin dejar de hacer alarde de sus propiedades, los CEO más importantes se enorgullecen de la cantidad de horas que dedican al trabajo. Cómo ese cambio se refleja en otros niveles, como la obsesión por el ejercicio y el monitoreo con aplicaciones.

INFOBAE.- Hace casi 120 años el sociólogo estadounidense Thorstein Veblen habló por primera vez del “consumo ostentoso” en su Teoría de la clase ociosa. Aludía al gasto excesivo en productos de lujo, cuyo fin era menos la funcionalidad que la exhibición de bienes innecesarios: una marca de estatus.

Aunque el consumo se mantiene como una señal de poder, hoy los ricos muestran más que islas privadas y yates enormes: “En nuestra nueva Edad de Oro, para identificarse como un miembro de la clase dominante no basta el consumo ostentoso. También es necesaria la producción ostentosa”, escribió Ben Tarnoff en The Guardian.

Según el experto en tecnología, “Ya no se trata de cuánto se gasta. Se trata de cuánto se trabaja”. Sus ejemplos salen de la élite de directores ejecutivos de los Estados Unidos: el CEO de General Electric, Jeff Immelt, dijo a la revista Fortune que durante 24 años trabajó más de 100 horas por semana; la de Yahoo, Marissa Mayer, lo superó con 130 horas por semana, según dijo a Bloomberg News; el de Apple, Tim Cook, comienza su jornada a las 3:45 de la mañana, según dijo a Time.

El consumo ostentoso se mantiene como símbolo de estatus —Bill Gates posee este yate— pero la productividad se suma a las condiciones deseables.
El consumo ostentoso se mantiene como símbolo de estatus —Bill Gates posee este yate— pero la productividad se suma a las condiciones deseables.

“No hace falta decir que estos individuos no trabajan por necesidad. La gran mayoría de los estadounidenses trabajan porque su supervivencia depende de un salario. En cambio, Mayer, Immelt y Cook se podrían jubilar mañana y aun vivir muy cómodamente hasta el final de sus vidas, y les quedaría mucho para pasar a la generación siguiente: su valor neto conjunto es de casi USD 1.500 millones”, argumentó el autor. Pero, desde luego, el fenómeno sociológico no tiene que ver con las necesidades materiales: “Tiene que ver con la exhibición pública de la productividad como un símbolo del poder de clase”.

Su laboriosidad, podría interpretarse, los hace merecedores de riquezas de gran magnitud. Sin embargo —observó Tarnoff—, en realidad, en general hoy se trabaja más que años atrás.

Según un estudio del Instituto de Política Económica, los trabajadores de los Estados Unidos dedican más horas a su oficio o profesión que hace décadas, algo que se agudiza entre las mujeres, la población negra y los pobres. En 2015, una mujer afroestadounidense trabajó 349 horas más que lo que hubiera trabajado en 1979. La razón es simple: desde esa década, los salarios descendieron.

Para compensar la depreciación de los salarios desde la década de 1970, en los Estados se trabaja muchas horas más que entonces. (Istock)
Para compensar la depreciación de los salarios desde la década de 1970, en los Estados se trabaja muchas horas más que entonces. (Istock)

“Durante la primera Edad de Oro, el exceso se veía en una mujer con perlas junto a una mujer en harapos. En la segunda Edad de Oro —comparó el autor— se ve en una mujer que trabaja 100 horas por semana pero no necesita el dinero junto a una que trabaja igualmente duro pero apenas puede mantener su hogar”.

Una de las afirmaciones más provocadoras de Veblen observaba que el derroche de los ricos no causaba enojo sino admiración, y que en la medida de sus las demás clases se permitían indulgencias de consumo superfluo como gusto, para exhibir una ubicación social. “La misma regla se aplica a la producción conspicua”, se lee en el diario británico.

Una de las manifestaciones es trabajar en uno mismo: el ejemplo más obvio, hacer ejercicio, que se ha convertido casi en un rasgo que define a la clase profesional urbana. Gimnasios con toda clase de aparatos, estudios de yoga y pequeñas maratones se han convertido en elementos habituales del paisaje de las ciudades, con su estela de almacenes de comida orgánica y bares de jugos.

(iStock)
(iStock)

La razón que se esgrime, la salud, no resiste una verificación. “La cantidad de tiempo que muchos estadounidenses con recursos emplean en hacer ejercicio excede mucho lo que se necesita para estar saludable”, señaló Tarnoff. “Eso se debe a que las demandas complejas del ejercicio y la nutrición de hoy no tienen que ver con el bienestar”. Existe ya una forma corporal de la clase media: “Los cuerpos más ricos no son sólo más delgados sino con músculos trabajados de distintas maneras”.

Gracias a la tecnología las oportunidades para aumentar la productividad están al alcance de cualquiera potencialmente: “Se puede medir el sueño, el sexo y los pasos con Fitbit, el atractivo con Tinder, el ingenio con Twitter, la popularidad con Facebook. Se puede transformar la personalidad en un panel de información que se controla, analiza y optimiza con la precisión de un proceso industrial”.

Eso, a su vez, produce valor económico para otros: las horas que se pasan en esas plataformas generan ingresos a las empresas que las poseen. Es decir que la producción ostentosa hace que hasta el tiempo que se emplea en distracciones sea económicamente productivo. Hasta el sueño es productivo: hay aplicaciones para eso.

“No hay salida: trabajamos para una empresa o trabajamos para nosotros mismos, pero siempre estamos trabajando”, concluyó el autor.

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