Artículo Tiempos nuevos – Claudia Hernandez

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Creo que, de alguna forma, todos los humanos en algún instante de nuestra vida nos cuestionamos asuntos como el que deseo comentarles, algo dentro de nosotros desea saber de dónde venimos a dónde vamos, por qué estamos aquí y de qué se trata el propósito u objetivo de nuestra  existencia, que parece un círculo vicioso en el devenir de la historia y el tránsito de los siglos.

Al observar la historia del ser humano detectamos que nuestras actitudes se repiten una y otra vez; pareciera que no llegamos al objetivo, y que en cada persona se repiten, una y otra vez, nuestros ciclos de vida.

Lo anterior es porque la experiencia debe ser y es particular en lo interno de cada ser humano; no es acumulativa, no resulta necesario aprender en forma individual.

Los conocimientos en todas las disciplinas son “recapitulables”, pero debemos buscar la mejor forma de absorberlos; no podemos pasarlos sencillamente de un disco a otro como lo haríamos con una computadora.

Nos trastorna el hecho de saber que es la verdad, muchos han pregonado la verdad o su verdad y se han escrito tremendas doctrinas alrededor de este tema y al final nos satisface la gran mayoría, por lo que seguimos en una continua búsqueda.

Deseamos tener la certeza de cual es el sentido de nuestra vida y de todo cuanto nos rodea. Algunos hombres y pensadores del pasado y el presente, se han referido al concepto de hombre ideas con las cuales no necesariamente estoy de acuerdo, en algunos casos comulgo en parte y otros en nada o muy poco.

En lo particular me gusta hacerme algunas preguntas respecto a Dios, como: ¿Existe o no existe? ¿Trasciende a todo lo que existe? ¿Estoy en capacidad de responder a estas preguntas? ¿Está la mente humana en capacidad de responder a estas preguntas? Y pienso que es triste para nosotros, los seres humanos,  que habiendo tenido en la historia pensadores y filósofos que
durante la existencia de la humanidad se han dado a la tarea de identificar nuestras flaquezas, fortalezas, debilidades y demás actitudes y factores que impiden la felicidad del hombre,  al fin, no la hayamos concretado.

Seguimos en un círculo vicioso que no acabamos de recorrer; iniciamos la carrera con cada ser humano que nace y “cuando el búho de Minerva levanta su vuelo al caer la tarde” (Hegel), nos encontramos con que debemos iniciar de nuevo y para siempre.

El problema es que la respuesta siempre la hemos buscado en todas partes y de la manera más complicada a veces, profundizando en pensamientos, algunos hasta absurdos, y  los más sencillos los despreciamos por ser sencillos.

Creo que es justamente ahí, donde está el más grande fracaso de la humanidad, en despreciar la sencillez porque ahí es donde está el principio de la sabiduría, en el valor de las cosas pequeñas, en el valor de las cosas imposibles, porque requieren fe, un elemento al cual no queremos acudir porque es abstracto y nuestra naturaleza nos orienta a buscar, tomando con firmeza de cosas aparentemente sólidas, pretendiendo desconocer que tenemos un tiempo limitado en nuestro paso por esta tierra, el cual pasa increíblemente rápido y que vivimos cuestionándonos mucho sobre el objetivo de nuestra existencia.

Esto es lo que hacemos y cuando nos percatamos que la felicidad no es como la creíamos cuando eramos niños, nos encontramos con una cruel  realidad que a veces  nos consume en la tristeza, la soledad y el desaliento.

Quienes carecen de propósito y dirección en la vida, deben reconocer y respetar a Dios, siguiendo sus principios para la vida.

Los que piensan que la vida es injusta deben recordar que Dios analizará la vida de cada persona para determinar cómo le ha respondido a Él y traerá a juicio todo hecho.

Debemos reconocer que todo hecho humano separado de Dios es vanidad. Resulta muy extraño que nos hayamos pasando la vida luchando por alcanzar el verdadero gozo que Dios nos da como un regalo, Cristo Jesús, sí, porque cuando todo termina, todo comienza y la realidad de la fe es más real que nuestra realidad.

…“El fin de todo discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre…” Eclesiastés 12:13.

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