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Pentánimas. Momentos en que cinco héroes salvaron mi alma

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Por: Valentín Medrano Peña.

Mucho tiempo había pasado sin ver físicamente a mi amigo Miguelito Mota, un consistente dirigente del PRD que devino a perremeista, como cientos de miles.

Miguelito y yo fuimos parte de la avanzada que apoyó las procuras políticas del magistrado Eddy Olivares. Activamos en diferentes frentes del viejo y nuevo partido.

Lo anterior no tiene ningún sentido ni valor para lo que trataré a continuación, es sólo el contexto de donde sale el compromiso de contar estas anécdotas, empero debo decir, que el encuentro se debió al hecho de que Miguelito Mota y yo coincidimos de manera fortuita en una estación de combustible del cruce de la autopista hacia Samaná y la carretera Monte Plata-Bayaguana, en donde éste y otros amigos estaban reunidos en planificaciones post-electorales.

Su partido había ganado las elecciones presidenciales y congresionales y en el ambiente se respiraba un aire de cambio, triunfalismo y aprestos para asumir cargos públicos.

Me sorprendió cuando al hacer un breve aparte, puso énfasis en aquel acontecimiento. Me pidió que lo escribiera, que lo divulgara, que lo dijera a todos. No había porque seguirlo ocultando a decir de él. La gente merece saberlo. Es, en su opinión, un acontecimiento importante en muchas vidas.

Es difícil la autobiografía, ser sincero consigo mismo y hacia si mismo, retratarse desde el conocimiento propio, hablar de si para los demás. ¿Cómo hacerlo sin lucir narcisista, sin ser pedante y marginando la egolatría?

Prometí hacerlo y suelo cumplir lo que prometo. ¿Pero cómo iniciar?, ¿Cómo enlazar estas cinco vidas? Cinco almas y cinco destinos y caminos y andanzas desconectadas. Salvo por mi, el sexto elemento. Escogido para una tarea.

Creo que debo iniciar cuando recién cumplí los doce años. Cuando aprendí lo que era necesario saber para la tarea futura.

DÍA DE INICIACIÓN.

Solía acompañar a mi madre y mis hermanos a la playa de Boca Chica, de mi pequeña patria. Para la época de mis doce me permitían ir a la playa con los familiares varones más adultos. Nunca me aventuraba más allá de la orilla, pues no sabía nadar. Chapoteaba, corría, lanzaba y me lanzaban agua, me divertía. Era un niño siendo niño en el mejor lugar para serlo.

Mis primos mayores me destinaron a otro lugar. La parte trasera del viejo Club Primero de Mayo, justamente el lugar de desagüe de las calientes aguas de la factoría del Ingenio Boca Chica a la que llamaban La Posita.

El club era un entorno de cuatro mil metros cuadrados cercado, cuyos bordes eran la casa de Andrés El Buzo, la calle San Andrés que copaba todo su ancho frente, el puerto de Andrés, al que sólo llamaban El Muelle, y en su parte trasera, había una hermosa playa, justamente al frente y al otro extremo de la isla llamada La Arenita.

En la playa, justamente en el límite trasero entre el club y el muelle estaba La Posita, que era un hondo hoyo acuático de al menos una profundidad de tres hombres normales uno encima del otro. Era lugar de buenos nadadores. Así que me senté sólo a jugar con algunas cubiertas de ostras que habían en la orilla. Pero no sabía, que también La Posita era un lugar de iniciación.

Cuando se acercaron a mi los más grandes, jamás pensé lo que me harían. Me sujetaron con fuerza y me dijeron, -“Hoy vas a nadar”-. Me llevaron al borde de una pequeña calzada de cemento que sobresalía del muelle. Rubio, mi primo, el mayor de todos, se dirigió a mi con una voz suave y compasiva diciendo: -“Solo mueve los pies y las manos, muévelos rápido, no dejes de moverlos, y si sientes que te hundes yo iré por ti”-. Sus palabras no aplacaron los latidos asustados de mi corazón que intentaba salir por mi boca.

Recordé las palabras de mi primo Atico que tan solo la semana anterior se había graduado de nadador, fue lanzado en La Posita, pero solo hasta que estaba a punto de ser lanzado uní los dos hechos. Era inminente mi ahogamiento, nunca fui muy bueno para las situaciones extremas, y estaba a punto de vivir la más extremas de mis experiencias. Atico me dijo, mientras hacía ademanes con los brazos, -“Solo lancé mis brazos hacia adelante e impulsaba el agua hacia abajo y atrás, una y otra y otra vez, y nadé”-

No había nada que pudiera hacer para evitarlo. Me lanzarían. Así que traté de serenarme y aceptar mi destino. Y fui lanzado. Me moví lo más rápido que pude. Pies y manos como dijo el Rubio, pero fue inútil, ya estaba bajando e ingiriendo agua por boca y nariz cuando Rubio me sujetó y calmó, me dijo mueve los pies, tira las manos y nada. Daniel Al Capone, uno de los amigos que nos acompañaba, debía ser no más de un año mayor que yo, y nadaba con perfección, gritó: “Hazlo así, mira”, y lanzó su brazo derecho sobre su cabeza, mientras acostaba su cuerpo de frente al agua y lanzaba a seguidas su otro brazo haciendo el mismo moviemiento.

De forma instintiva empecé a imitar aquellas acciones y lo logré. Pude permanecer por un momento sobre las aguas y trasladarme hasta la orilla. Días después, luego de algunas prácticas y consejos puestos en ejecución, ya era un pez en el agua. Aprendí el arteconservación del nado.

Ese preciso hecho cobraría importancia muchos años después, en acontecimientos separados, tiempos disímiles y lugares lejanos, uniendo a cinco almas.

MÁNUELLE EL PEQUEÑO ALEMÁN:

El primer hecho ocurrió en mi propia casa, harán unos 20 años. Mi hermana Sonia había venido de Alemania donde se había radicado muchos años atrás. Ya tenía unos días en casa. No había salido desde su llegada, ya que a su esposo alemán Dieter Schmitz, un empresario de la industria de la fabricación de piezas para vehículos y equipos diversos, gustaba pasar los días leyendo sus ampulosos libros alemanes y bañándose en la piscina.

Una joven amiga de infancia, vecina nuestra de la vieja casa en Andrés vino a visitarlos. Ella también se había establecido en Alemania, eran vecinos también allá en Düsseldorf. La acompañaban su pequeño hijo de un año, su hija de tres años y su esposo alemán.

Cuando todos estaban dentro de la casa para el almuerzo, el pequeño niño de Helen llamado Mánuelle Mikkel se les escapó de la vista a todos y fue a parar a un extremo de la piscina lanzándose en ella, y yendo a dar al fondo de la misma.

Escuché el sonido del cuerpo al caer al agua. Estaba distante a unos metros. Corrí rápidamente a la piscina mientras oía la voz de Helen gritar el nombre de su hijo: -“Mánuellllllll”- y exclamar otros griteríos que parecían ser pedidos de ayuda.

Todos quedaron inertes, impactados. El lado de la piscina donde se lanzó el niño era el más profundo. Stephan, el padre del niño, y Dieter ya habían retornado al gazebo que estaba frente a la piscina, pero no se dieron cuenta del peligro que corría el bebé. Salté adentro al término de mi agitado corrido y nadé hasta el fondo. Vi al niño apacible, buscaba oxígeno, pero no parecía desesperado, en aquella desesperación que pienso ocasiona la falta de aire. Lo tomé por la cintura y lo saqué a tiempo para oírlo gritar al tan sólo obtener la primera bocanada de aire.

A decir de Helen, la rápida intervención salvó la vida de su amado pequeño, que casi veinte años después es ingeniero Informatico en Alemania.

EL MAGISTRADO OLIVARES Y PUNTA RUSIA:

Para aquella época era yo estudiante universitario y años después me gradué de abogado e inicié de inmediato una especialidad en derecho penal. Fue allí donde conocí al Magistrado Eddy Olivares quien era el fiscal, el primero, de la Provincia Santo Domingo, la más grande del país. Y desde el aula de estudio entablamos una sólida relación de amistad que ha perdurado hasta estos días.

Cuando Eddy Olivares dejó la fiscalía aperturó su oficina de abogados y allí fuí su socio junto a Amado Díaz, quien años después se convertiría en diputado.

Eddy Olivares fue invitado junto a un grupo de amigos a una pequeña villa en Punta Rusia, Puerto Plata, y yo fui invitado por él, y estando allá llegó Miguelito Mota y otras personas que pernoctarían junto a nosotros.

Al día siguiente fuimos llevados a la playa donde pasaríamos el día. Una pequeña embarcación nos trasladaría a un hermosísimo islote de arena en medio del mar. Subimos a la misma alrededor de diez personas, entre ellos Miguelito Mota y yo. La familia de Eddy Olivares y él se habían adelantado.

Algunos de los que abordaron la embarcación en la que yo estaba se lanzaron al agua antes de llegar a aquel lugar donde la arena creaba un verdadero espectaculo, un oasis dentro de un oasis. Un paraíso terrenal. Miguelito creyó que estaba en un lugar de baja profundidad, se confió y lanzó al agua e inmediatamente empezó a dar movimientos irregulares. Creí que bromeaba, hasta que se fueron haciendo más lentos sus movimientos, y entendí que algo no andaba bien. Me lancé al agua y nadé hacía él. Yo también me sorprendí de la hondura del agua a tan poca distancia de la orilla del islote. Tomé a Miguelito por la espalda fuertemente y nadé con él hasta ponerlo a salvo. Vomitó agua y otras cosas. Miguelito no sabía nadar. Desde ahí fui su cuidador perenne, y por ello, y siendo enterado de los demás casos, quiso que escribiera al respecto.

TRES POR EL PRECIO DE UNO:

Unos pocos años después salimos en gira hacia Los Montones en el Parque J. Armando Bermúdez, San José de las Matas, donde un grupo de empresarios amigos liderados por Leoncio Tavarez había adquirido un hermoso predio al que atravesaba un río muy frío. Amado Díaz y Eddy Olivares y sus familias, el hermano de Amado, Elcido Díaz también traía a su familia, su hijo no debía pasar de 12 años. También venía un sobrino de ellos, muy locuaz e ingenioso. Era hijo de su hermano Danilo. Todos dormimos en la amplia cabaña de los empresarios y al día siguiente decidieron que teníamos que ir al rio, distante como un kilómetro en bajada de una empinada colina. Era un rio largo, muy caudaloso y pedregoso y poseía zonas muy profundas que había que cruzar para llegar a una especie de pendiente dentro del mismo río donde era más placentero bañarse. Al principio decidí no participar del baño. No me gusta el agua fría, y aquella era helada.

Estando sentado en un alto que aprovechaban algunos para lanzarse en clavadas al agua, apático al frío y al aparente disfrute del baño cuando el cuerpo se aclimataba a las gélidas aguas. Pensaba en regresar a la cabaña y tomar algunos alimentos. El frío siempre me pone hambriento. Abandoné aquella idea al pensar que prácticamente la cabaña había quedado sola y el regreso sería muy trabajoso.

Fue cuando noté que Aury el hijo de Elcido estaba haciendo intentos de cruzar el lado hondo que antecedía al lugar de estadías de la mayoría de los bañistas. Antes le había visto tiritar del frío. Rápidamente se hundió y empezaba a hacerse dificultosa su situación. Se impulsaba al llegar al fondo y llegaba hasta arriba para tomar un poco de aire, pero a la vez tomaba bocanadas de agua. En aquella época yo usaba lentes para ver, y me los quité rápidamente y lancé a un extremo y me arrojé al agua al tiempo que Elcido iba en auxilio de su hijo. Hice uno de mis mejores clavadas entrando al agua en un perfecto ángulo agudo y nadando rápidamente hasta el joven jugador de béisbol. Yo sentía frío al penetrar al agua, pero al ir nadando fue aminorando. Cuando llegué al joven tuve que bordearlo porque si lo sujetaba de frente podría hacer que ambos pereciéramos. Lo tomé por la espalda y nadé con él hasta la orilla, donde tuve que abandonarlo para ir al rescate de su desesperado padre Elcido, quien olvidó en su actoreflejo paternal que no sabia nadar. Él también sucumbía ante las flageladas aguas.

Nadé de retorno al lugar mismo donde antes Eury había estado ahogándose, tomé a Elcido y lo conduje a otro extremo donde pudiera estar a salvo. Luego de chistes y referencias de lo ocurrido, volvió a asomar el peligro contra uno de los integrantes del grupo. El hijo de Danilo, un joven de una inteligencia a flor de piel, intentó cruzar sin éxito el hondo sendero acuático siendo llevado hasta el fondo del mismo. Una vez más me lancé al agua al rescate y logré sacarlo del agua ileso.

Tres en un día. Récord para salvavidas. Quizá debí asumir esa profesión, puede que haya sido menos tortuosa que el derecho.

Esos acontecimientos le han dado un sentido a mi vida. Siento razonablemente que he servido para algo. Que ha valido la pena. Que aquel lanzamiento a La Posita resultó ser remedio después de todo.

Cinco almas. Cinco seres magníficos. Cinco vidas positivas, cinco vidas cambiadas, seis con la mía, que pudieron ser a partir de esos hechos. ¡Qué lindo es sentirse instrumento de Dios para su obra de vida!

Elcido es un político nato, leal y comprometido, y un hermoso ser humano, en las elecciones recientes resultó electo diputado al Parlacen. Miguelito es un funcionario público a partir del nuevo gobierno. Eury estudió en la Universidad de Jacksonville, Florida y vive y trabaja en esa ciudad, es un devoto padre y esposo que alcanzó el sueño americano. Raydán, el hijo de Danilo, acudió a la universidad y se hizo contador, hizo maestría en auditoria y presta sus servicios en el sector público.

Y yo soy alguien que sin saber con que propósito aprendió a nadar y fue utilizado por un designio divino para que todos alcanzáramos eso que en los planes de Dios estaba.

La vida es una madeja de acontecimientos en que cada cosa encaja situacionalmente en otra, en que cosas pequeñas son llaves de otras inmensidades. Hay salvavidas que han logrado su jubilación luego de años de servicios, en los que vigilaron las aguas y los bañistas sin que hayan jamás tenido la oportunidad de sentirse parte de la continuidad de una vida, del segundo chance. Por alguna razón que aún no comprendo, tuve esas oportunidades, que años después salen a relucir por exigencia de uno de los protagonistas. Al salvar nos salvamos y la vida es una retahíla de salvaciones, nos salvan de alguna forma y salvamos de otras, por ello siempre estamos en deudas y somos acreedores a la vez. En realidad, en esos acontecimientos, Mánuelle, Elcido, Eury, Miguelito y Raydán me salvaron a mi.

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